martes, octubre 15, 2024

ECOS DE MI CIUDAD.

Los Gobiernos y la República de los otros datos…

Por Humberto Morgan Colón

Es recurrente a los Gobiernos en turno, comunicar versiones fantásticas que niegan la realidad percibida por los ciudadanos. Simple y sencillamente, porque desde la operación de la administración pública, se vive una situación muy distinta, y se debe justificar, ostentar, autoafirmar y difundir, que quien gobierna es competente y conocedor, aunque de manera frecuente los hechos nos indican que varios personajes que nos han gobernado y que ahora mismo nos encabezan, son extraordinarios candidatos, pero pésimos administradores.

Por ello hay que gastar millones de pesos en publicidad escrita, despachos de productores de contenidos en redes sociales e incluso influencers que tienen como propósito, hacernos creer que esos servidores públicos tienen un alto compromiso con el pueblo y cambian cotidianamente la forma de hacer las cosas, de cómo las conformaron sus adversarios políticos, a quienes criticaron despiadadamente en campaña y a los que luego vencieron en las urnas. Su trillado eslogan es el Cambio.

En la administración pública, se recogen las diversas solicitudes de los ciudadanos, se comparan sus necesidades y se responden con base en las suficiencias presupuestales, en las urgencias sociales, en los rezagos, en las contingencias, en los compromisos de campaña, en los intereses y orientaciones ideológicas, en las clientelas políticas, en las fantasías  y en la capacidad y conocimiento de los titulares de las dependencias, que le permitirán al funcionario público, mantener su carrera o a veces, catapultarse a un nuevo puesto.

Si bien se deben tomar decisiones con asertividad, en el mundo de los partidos políticos y los gobiernos emanados de ellos, de manera reiterada se anteponen los intereses electorales, los cálculos políticos y el reconocimiento y vanagloria personal.

Aquello que han llamado el culto a la personalidad y que se alimenta cotidianamente en Twitter, en TikTok, en Instagram o Facebook, desde donde se gobierna, no para cambiar la realidad, sino para cambiar la percepción del ciudadano que vive en el confort del mundo digital y su relatividad.   

La necesidad de autoafirmación y reconocimiento del gobernante que atiende las exigencias ciudadanas, le obliga a aparentar que tiene la razón en las decisiones que toma y en las acciones que realiza, sin importar que generalmente se equivoque.

Ello, sustentado en la falacia de autoridad y en el triunfo en la contienda electoral en la que se justifica: Tuve n cantidad de votos, represento la verdad y la luz. Aunque el planteamiento congruente debiera formularse con la siguiente concepción: Tuve n cantidad de votos, debo estar a la altura y responder a las necesidades de mis electores. Debo regresar a consultar a los ciudadanos y resolver sus demandas. No debo hacer lo que mi soberbia me dicta, pues gané con gran cantidad de votos y por lo mismo, tengo más obligación de servir.

En la discusión de los actos y obras por realizar, sujetas a los recursos disponibles y a los compromisos o presiones sociales. El funcionario generalmente considera y difunde que ha tomado la mejor decisión, la magnánima, la más inteligente, la de mejor juicio, la que sirve a todos, la más democrática y se reconoce a sí mismo, su capacidad y entrega personal, la clara manifestación de su vocación para cumplir el servicio público, ese apostolado mancillado por administraciones anteriores. Entonces, se instala el síndrome de Narciso: Por primera vez…, En un hecho histórico…, Con una inversión sin precedentes…, etc., etc., etc.

Imaginemos a los altos funcionarios de gobierno, que inauguran una carretera, un hospital, un complejo deportivo, una unidad habitacional, un coloquio sobre violencia intrafamiliar o que entregan una dotación de becas para estudiantes universitarios.

En todos los casos, los servidores públicos en turno llegarán a un escenario preparado, maquillado para ellos, para la prensa y para los asistentes. Sin duda, la satisfacción de entregar esas obras a la comunidad, realizar el foro que abundará sobre un grave problema social y entregar apoyos directos a estudiantes, les asegurará emocionalmente que están cumpliendo como buenos pastores que guían a su pueblo a mejores estadios.

Se llevarán en la mente la imagen de todo lo nuevo, la carretera que comunicará a varias poblaciones, el hospital que atenderá a miles de personas, el deportivo que permitirá la reunión de cientos de jóvenes, el conjunto que dará vivienda a decenas de familias, el coloquio en el que se determinara la nueva política pública de atención a las violencias familiares, la entrega de becas a cientos de jóvenes que cifran su futuro en la universidad.

Se regocijarán con las caras de emoción, las porras, el agradecimiento de los asistentes, el elogio de la prensa, la lisonja del equipo de trabajo. Con lo cual pensaran que esas pequeñas obras y acciones -en proporción a las grandes necesidades, municipales, estatales y del país-, son la muestra de que todo va viento en popa, todo marcha bien, que todo se resuelve positivamente, que no hay porque preocuparse, todo camina, que sus datos son los que se superponen a los críticos y con ellos se alimenta su narcisismo.

Al traer a la memoria al filósofo francés, Henri Bergson, recordamos que existe un contraste entre la inteligencia con la que intentamos comparar el mundo y los datos de la conciencia, lo que se nos revela del mundo verdadero.

La inteligencia actúa por esquemas, parando la realidad, tomando un fragmento, abstrayéndola, estudiando y separándola de la nuestra. Para los seres humanos, la realidad es un” continuo”, que funciona todo seguido, sin interrupciones, sin las rupturas que produce el proceso intelectual.

Por su parte, la inteligencia actúa como si fuese un cinematógrafo que trabaja con base en fotogramas inmóviles en sí mismos, pero que van sucediéndose a un ritmo que nos permite ver todo de forma continua.

La inteligencia funciona buscando los fotogramas de la realidad. Sin embargo, la realidad no es una película, la realidad es un “continuo” que abarca todo, lo que vemos y lo que no es dado a nuestros sentidos. De esta forma, la inteligencia es útil de manera restringida.

El verdadero conocimiento de la vida nos viene de la intuición filosófica, que nos permite el contacto con la fluidez, con el caudal permanente de la vida, en lugar de fragmentarla y de separarla.

Con esta concepción, es posible comprender porque dos personas, mantienen percepciones paralelas o distintas. En el caso de los gobernantes y los ciudadanos, cada uno en su proceso intelectual, en su inteligencia, separa los fotogramas de su realidad, de su película.

Mientras el funcionario abstrae y hace suyos los fotogramas de las obras y acciones de gobierno y los sucede en su mente como un cortometraje, que le otorga certidumbre de su hacer. El ciudadano también abstrae los fotogramas de su necesidades, conformando su propia realidad, su filme, que, por supuesto no es congruente con el discurso ni la visión del funcionario, porque mientras él considera que cumple su responsabilidad de sobra y hace más que los anteriores. El ciudadano no ve satisfechos sus requerimientos y considera que es un Gobierno que no le sirve.

Decantándonos por las responsabilidades entre el gobernante y el ciudadano, diremos que, aunque ambos tienen parcialmente la razón, el funcionario público está en falta y además es irresponsable al esgrimir “los otros datos”, los suyos.

Pues como asevero Bergson, la realidad es el “continuo”, que engloba la totalidad de la vida, no solo el fragmento del mundo en el que el gobernante se siente cómodo, descalificando a los otros y negándoles el derecho a expresar su realidad, la que aún no es satisfecha por sus acciones y que constitucionalmente, tiene obligación de atender y de resolver.